La obra muestra un grupo de palomas blancas reunidas en un espacio de tonos intensamente azules. Las aves aparecen en distintas posiciones: algunas de pie, otras inclinadas hacia el suelo y una más con la cola desplegada en abanico, aportando variedad al conjunto. Sus cuerpos claros destacan con fuerza contra el fondo oscuro, convirtiéndose en el centro visual de la pintura.
En la parte superior de la composición, grandes hojas pintadas en matices de gris y azul oscuro se superponen unas a otras, creando un marco natural que encierra la escena. Los trazos de las hojas son anchos y texturizados, en contraste con las formas más compactas y suaves de las palomas. Esta vegetación aporta un aire de densidad y profundidad al cuadro.
El uso de una paleta reducida, centrada en azules profundos, blancos y algunos toques grisáceos, unifica la atmósfera de la obra. El contraste entre la luminosidad de las aves y el entorno sombrío resalta su presencia en el espacio pictórico, logrando una composición equilibrada y armoniosa.