En esta obra, Alfredo Jiménez presenta con maestría la figura de un vendedor ambulante, inmortalizado en pleno oficio, mientras sostiene un racimo de globos que se alzan como una nube de colores sobre su cabeza. El hombre, de semblante sereno y porte sencillo, viste ropa de tonos neutros que contrastan con la explosión cromática de su mercancía. La composición lo ubica en el centro de una calle urbana, donde el pavimento y las fachadas sirven de marco para su presencia tranquila pero imponente.
Los globos, pintados con gran realismo, exhiben tonalidades vibrantes y formas variadas: desde esferas lisas y brillantes hasta figuras decoradas con personajes infantiles. Cada elemento parece capturar la luz de manera única, generando reflejos y matices que invitan a la mirada a recorrerlos uno por uno. Las pelotas inflables, colgadas a su lado, suman volumen y riqueza visual a la escena, evocando la alegría y el juego propios de la infancia.
Al fondo, la vida citadina continúa: personas caminando, letreros y escaparates difuminados que sugieren el movimiento constante de la ciudad. Sin embargo, es el globero quien concentra toda la atención, convertido en símbolo de una tradición callejera que resiste al paso del tiempo. La obra transmite, con calidez y precisión, la belleza de un momento cotidiano que, bajo la mirada del artista, se transforma en una celebración visual.