En esta obra, Alfredo Jiménez retrata con precisión arquitectónica y calidez urbana uno de los edificios más emblemáticos del Paseo de la Reforma: el Hotel Imperial. La escena se desarrolla en una mañana luminosa, donde la claridad del cielo y la limpieza de los contornos realzan los detalles neoclásicos de la fachada blanca, coronada por su distintiva cúpula dorada. El punto de vista en esquina, casi a nivel de calle, permite al espectador situarse como un transeúnte más, captando el dinamismo del tráfico y la vitalidad del entorno urbano.
La composición combina elementos arquitectónicos, humanos y cotidianos en armonía. El artista captura con maestría la interacción entre el pasado elegante del edificio y la vida moderna de la ciudad: automóviles detenidos en un semáforo, un autobús en movimiento, señalamientos viales y árboles que enmarcan la avenida. Todo ello crea una atmósfera viva, donde lo histórico y lo contemporáneo coexisten con naturalidad, sin que ninguno opaque al otro.
Jiménez logra transmitir no solo el esplendor del edificio, sino también su lugar activo en la memoria urbana y la vida diaria de la ciudad. La paleta clara y los trazos definidos refuerzan el carácter solemne pero acogedor del lugar. Como en muchas de sus obras, el pintor convierte una escena cotidiana en una estampa digna de contemplación, rindiendo homenaje a la arquitectura histórica de la Ciudad de México y al pulso constante de sus calles.