La obra presenta el retrato de una figura femenina de cuello alargado y rasgos faciales estilizados, con los ojos cerrados y una expresión serena. La cabeza está adornada con un elemento escultórico inusual: una gran criatura reptiliana o lagarto, que se enrosca formando un tocado orgánico y simbólico. El conjunto está ejecutado en una gama monocromática de grises y negros, con un fuerte uso del claroscuro para resaltar volúmenes y texturas.
La figura viste una prenda de escote recto y ornamentación geométrica, que recuerda tejidos tradicionales. El trazo, seguro y expresivo, aporta un carácter casi escultórico a la representación, mientras que el fondo, trabajado en sombreado uniforme, centra toda la atención en el rostro y el tocado.
La composición combina elementos figurativos y simbólicos, fusionando lo humano y lo animal en un mismo plano. Este diálogo visual sugiere un vínculo mítico o espiritual, donde la criatura sobre la cabeza puede interpretarse como guardián, símbolo de poder o proyección interior de la figura.